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- ¡No tiene sentido ir!
- ¿Y por qué, si puede saberse?
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- Tuve un sueño esta noche.
- Yo también.
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- ¿Y qué soñaste?
- Que los soñadores ven visiones.
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Visiones verdaderas
mientras se duerme.
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¡Oh! Ya veo que
la reina Mab te ha visitado.
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Es la reina de las ilusiones,
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y su tamaño no es mayor que un ágata
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en el dedo de un rico concejal.
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Le rodea una corte
de seres diminutos
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que se introducen por
la nariz de los durmientes.
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Su coche es una cáscara de avellana,
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su cochero un ridículo
mosquito vestido de gris.
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Y con tal lujo galopa noche tras
noche por cerebros enamorados,
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que entonces sueñan...
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con el amor;
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y por los dedos del abogado
que sueña con sus honorarios.
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A veces pasa por el cuello de un soldado,
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y esto le hace soñar en degollar extraños;
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y así, asustado, reza una oracion,
o dos, y se duerme otra vez.
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¡Ella es la bruja que, cuando ve
doncellas tendidas boca arriba,
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las oprime y las enseña a concebir,
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haciéndolas hembras de buen fuste!
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¡Así es!
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¡Así es!
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¡Calla, Mercutio, calla!
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Hablas de nada.
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Es cierto.
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Hablo de sueños,
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que hijos son de las mentes ociosas,
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fruto solo de la vaga fantasía;
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sustancia liviana como el aire,
e inconstante más aún que el viento
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que ahora mismo acaricia
el seno helado del Norte,
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y lleno de ira, se esfuma bramando
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para volver la cara al Sur que destila rocío.