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¡Ah, es Vernon!
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Hemos de irnos. No podré venir
en unos cuantos días.
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Max estará aquí.
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Volveré en cuanto pueda.
Cuídate.
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Hola, Vernon.
Ésta es mi mujer, Mimi.
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Hola, Vernon.
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- Es un placer.
- Encantado.
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Me alegro de verte.
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- Ésta es...
- Soy Karen.
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Encantada, Karen.
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- ¿Y tú eres...?
- Mi mujer.
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Me lo imaginaba.
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- Es estupendo que hayas venido.
- Sí.
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Muy bien, doctora.
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Escuchad.
¿Alguien tiene hambre?
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- Pues no.
- Sí, de hecho...
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¿Recuerdas el sitio
de que hablamos, el del sushi?
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- Me encanta.
- Y a mí.
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Yo no tengo hambre.
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Pudo ser el instinto maternal
o de mujer,
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o un instinto de protección
para nuestros hijos,
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pero sentí la necesidad
de vender la casa.
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Tuve ese sexto sentido, y la
vendimos justo antes del terremoto.
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- Tuviste una intuición.
- Exacto.
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- Insistí.
- Con las casas...
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Así que vendimos la casa
a un buen precio.
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Y entonces hubo
ese terremoto,
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el gran Northridge.
La casa quedó destruida.
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Lo sentí por los compradores.
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- ¿Por el terremoto?
- Sí.
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Después de venderla.
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Está buenísima.
¿Te gusta la comida japonesa?
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Muy bien presentada. Bueno,
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los precios bajaron
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y compramos nuestra casa,
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una casa preciosa,
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por la mitad.
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Fue estupendo.
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Las casas nunca han sido
tan baratas desde antes
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de la fiebre del oro.
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Las avalanchas
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asustan a la gente.
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¿Sabes que las avalanchas
empezaron intencionadamente?
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¿Cómo?
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- Todas esas mangueras antiincendios.
- Vale, cielo.