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El deseo más ferviente
de toda su corta vida...
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...era hacerse entender
por los humanos...
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...para al menos poder decir:
"Perdón, jefe".
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Perdón, jefe.
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Aun antes de la desgracia de su
Arthur, la Sra. Hoggett no paraba.
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Trabajando, horneando,
envasando, curtiendo...
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Pero ahora, atendiendo a su marido
y pagando las cuentas...
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...la vida se volvió mucho
más dura de lo que ella imaginaba.
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Al poco tiempo,
aparecieron dos hombres.
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Vestidos de traje y corbata.
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Eran hombres de cara pálida
y mirada desalmada.
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Hombres que únicamente podían venir
de un solo lugar... del banco.
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¡Arthur!
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¿Dónde está?
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Aquí está.