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No era mi primer episodio insólito
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con las tiendas de libros Borders.
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En Filadelfia,
me había negado a cruzar
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un piquete de huelga en la puerta
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y había invitado a los huelguistas
a pasar conmigo a la lectura.
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De pronto, a la semana siguiente,
en su tienda de Nueva York
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me encontré con que Borders
no me había permitido hablar.
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Recibí vuestra nota ahí dentro.
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¿Trabajáis en Borders?
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¿Tratáis de formar un sindicato?
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¿Queríais encontraros conmigo
en plena noche?
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¿Qué ocurre?
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Mañana por la tarde, tenemos una reunión
para organizar el sindicato.
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Somos todos solidarios y debemos
encontrarnos con un sindicalista.
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Nos organizaremos a partir de ahí.
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- ¿Por qué?
- Porque... Hay un coche ahí...
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- ¿Quién es?
- Nadie.
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Temían que les vieran conmigo
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porque el director regional
había venido
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a la firma sin previo aviso
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y acompañado de un desconocido.
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No le habíamos visto nunca.
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Sin duda un camorrista.
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Uno del sindicato amarillo
de Omaha.
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¿Entonces no os autorizaron
a ocuparos de mi mesa?
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¿Tan sólo podía hacerlo
la dirección?
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Para protegernos.
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Ese es su argumento.
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¿De mí?
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Yo incluso les pregunté...
como si nada...
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"¿No tenemos que escuchar
lo que tiene que decir?"
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Después todos compramos tu libro...
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¿Después de qué?
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Después de que nos largaran.
Nos dijimos: "¿Qué tendrá este libro"
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- "¿Por qué no puedo venderlo?"
- Ya estaba intriguida.
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No dijeron que también Borders
les deducía un seguro sanitario
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que no aparecía
en ninguna consulta de la ciudad.
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En este momento no tenemos
seguridad social.
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Cotizamos desde abril
pero en verdad no la tenemos.