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Que maravillosa idea.
Traer la radio aquí.
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Absolutamente. Ponemos un cartel
grande, en polaco y alemán...
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para que todos sepan que hay
una radio en mi negocio.
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Podría cobrar la entrada, con precios
reducidos, por supuesto, para la Gestapo.
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Poner altoparlantes.
Podría vender refrescos.
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¿Y qué hay de los bailes
entre los noticieros?
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Podría invitar a la Lutwaffe y darles
afeitadas a todos antes de que me colgaran.
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No funcionará, porque
conozco a Jakob Heym...
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y no te dará ni la suciedad de
abajo de sus uñas...
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pidiéndote perdón, Jakob... y menos
dejarte tomar prestada su preciosa radio.
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Estás diciendo que soy tacaño.
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¿Cómo se puede llamar a alguien que ha
tenido afeitadas gratis por cuatro años...
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sin devolver ni siquiera
una miga de panqueque?
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Pensé que eras mi amigo.
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Los amigos pueden decir
estas cosas sobre el otro.
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Entonces, ¿vamos a buscarla?
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¿Y si los alemanes nos ven con ella?
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¿Y si la dañan?
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Podríamos ponerla en un ataúd de niño.
Los alemanes ignoran a los niños muertos.
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- Vamos
- No. No podemos.
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- ¿Por qué?
- No funcionará.
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Él nunca te dejará hacerlo.
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Dirá que le cuesta
demasiada electricidad.
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- ¿Ahora dices que yo soy tacaño?
- ¿No lo eres?
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- ¿Soy tacaño?
- Lo eres.
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- Sí, eres tacaño.
- Tú eres más.
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Cada día se supone que puedes comer
un panqueque por una afeitada.
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¡Pero no comes uno, comes cinco!
¡Te llenas la cara!
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Trae la maldita radio.
Te enseñaré lo tacaño que soy.
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- No eres tan tacaño.
- Eso es un mensch.
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Eso no es un mensch, es un loco.
¡Kowalsky, espera!