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Miré...
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Mi señor estaba muerto.
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Con la sangre
de su herida
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mojé mi espada
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llamada "Cortaplumas".
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Prometí mellarla
con las cabezas de los Soplica.
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Les perseguía en las asambleas,
reuniones y mercados.
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Presentía que me iban
a gustar estos muros.
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En cuanto recupere el castillo,
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tú lo gobernarás.
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Queda un Soplica
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que sobrevivió a mi venganza.
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Es el hermano del asesino.
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Vive todavía y
presume de su riqueza.
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Este castillo linda
con sus tierras.
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Es respetado en este distrito.
¡Es juez!
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¿Y Vd. quiere
darle el castillo?
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¿Permite que usurpe
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la sangre de sus antepasados?
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La suerte no viene sola
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Bajo el abrigo del castillo
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Me sentaré aquí gustosamente
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Suspenderé de pronto todas las negociaciones
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Aunque recurramos
a las pistolas o espadas.
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Así obliga el honor.
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Lástima que este Soplica
no tenga esposa.
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O una bella hija
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que poder cortejar.
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La querría y si no me pudiera
casar con ella,
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la novela ganaría
en complejidad.
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Aquí el corazón,
allí el deber.
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Aquí la venganza,
allí el amor.
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Ésas eran las ocupaciones
y conflictos
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del pueblo lituano.
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Mientras, el mundo se llenaba
de sangre y dolor.
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Y Napoleón, rodeado
por las legiones,
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armado con miles de cañones
adornados con oro y plata,
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voló desde Libia
hasta los Alpes.