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la claridad una simiente de
oscuridad. Por eso te hablo así.
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Podría ser claro y decir,
por ejemplo, que nunca,
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hasta que decidí lo contrario,
había pensado en dejar la casa.
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Podría ser claro
y decir incluso que nunca,
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ni antes ni después de irme,
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pensé que podría encontrar fuera
lo que no me daban aquí dentro.
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¿ Y qué no te daban aquí dentro?
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Quería mi lugar
en la mesa de la familia.
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¿Por eso nos abandonaste?
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¿Por no darte un lugar
en la mesa de la familia?
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Jamás los abandoné, padre.
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Todo lo que quise al dejar la casa
fue evitarles el disgusto de verme...
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sobreviviendo a costa
de mis vísceras.
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Pero siempre hubo pan en la mesa,
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y nunca nadie te negó el derecho
a sentarte con nosotros. Al contrario,
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todos deseábamos que no faltases
a la hora de repartir el pan.
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No hablo de ese alimento.
Sólo compartir el pan...
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puede ser a veces simplemente
una crueldad.
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Su consumo sólo serviría
para aumentar mi hambre.
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-¿De qué estás hablando?
-No importa.
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-¡Blasfemas!
-No, padre, no blasfemo.
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Por primera vez en mi vida
hablo como un santo.
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Estás enfermo, hijo mío.
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Unos días de trabajo junto
a tus hermanos...
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mitigarán el orgullo
de tus palabras,
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devolviéndote deprisa
la salud que te hace falta.
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No me interesa la salud
de la que me hablas, padre.
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Hay en ella una simiente
de enfermedad,
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así como en ésta hay
una poderosa simiente de salud.
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Olvida tus caprichos, hijo mío.
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No sirve de nada confundir
nuestras ideas,
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no alejes a tu padre de la discusión
de tus problemas.
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No creo en la discusión
de mis problemas.
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Ya no creo en intercambiar
puntos de vista.
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Estoy convencido, padre,
de que una planta nunca ve a la otra.
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Conversar es muy importante,
hijo mío.
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Toda palabra, sí,
es una simiente.
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Aunque viviese diez vidas,
los resultados de un dialogo...
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siempre serían frutos tardíos.