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Me cuesta creer en lo poco
que te entiendo, hijo mío.
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No se puede esperar de un prisionero
que sirve de buena gana al carcelero.
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Sería absurdo exigir un abrazo a
quien le amputamos los miembros.
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Peor desatino es la vileza
del tullido que,
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a falta de manos, recurre a los pies
para aplaudir a su verdugo.
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Resulta más feo el feo
que consiente al bello.
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Continúa.
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Más pobre el
pobre que aplaude al rico.
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Menor el pequeño
que aplaude al grande.
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Más bajo el bajo que aplaude
al alto y así sucesivamente.
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lnmaduro o no, ya no reconozco
los valores que me oprimen.
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Me parece una triste patraña
vivir en la piel de terceros.
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La víctima ruidosa que aprueba
a su opresor...
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se hace dos veces prisionera.
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Es muy extraño lo que escucho.
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Extraño es el mundo, padre,
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que sólo se une desuniendo.
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Fundado en accidentes,
no hay orden que se sostenga.
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Nada más falso que el mérito,
y no he sembrado yo esa semilla.
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¿Qué quieres decir?
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No quiero decir nada.
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Estás perturbado, hijo mío.
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-No, padre, no lo estoy.
-¿Entonces de quién hablabas?
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De nadie en particular.
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Sólo pensaba
en los desengañados sin remedio,
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en los que no gimen en vano,
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en los que gritan de sed,
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ardor,
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y soledad.
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Sólo en ellos pensaba.