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Fundado en accidentes,
no hay orden que se sostenga.
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Nada más falso que el mérito,
y no he sembrado yo esa semilla.
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¿Qué quieres decir?
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No quiero decir nada.
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Estás perturbado, hijo mío.
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-No, padre, no lo estoy.
-¿Entonces de quién hablabas?
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De nadie en particular.
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Sólo pensaba
en los desengañados sin remedio,
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en los que no gimen en vano,
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en los que gritan de sed,
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ardor,
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y soledad.
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Sólo en ellos pensaba.
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Quiero entenderte, hijo mío,
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pero ya no entiendo nada.
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Sé que mezclo las cosas
cuando hablo;
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me empujan las palabras,
pero estoy lúcido, padre.
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Y si hay cáscara en esto,
también hay grano entero.
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Pero me niegas claridad, hijo.
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Ya he dicho que no creo
en la discusión de mis problemas.
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Estoy convencido también
del peligro de romper la intimidad.
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Es fuerte quien enfrenta la realidad,
y estamos en familia,
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que sólo un insano tomaría
por un ambiente hostil.
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Fuerte o débil, depende:
la realidad no es la misma para todos.
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Yo lo único que sé es que
todo medio es hostil...
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si niega el derecho a la vida.
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No hay hostilidad en esta casa,
nadie te niega el derecho a la vida,
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es inadmisible que ese absurdo
te pase por la cabeza.
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-Es un punto de vista.
-¡No es un punto de vista!
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Tu madre y yo hemos vivido para
vosotros, el hermano para el hermano.
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Nunca faltó apoyo familiar
cuando hizo falta.
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-No me has entendido, padre.
-¿Cómo puedo entenderte, André?
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Te obstinas en tu rechazo,
y eso tampoco lo entiendo.
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¿Dónde está el lugar propicio
para discutir lo que te preocupa?
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¡En ninguna parte, padre,
menos aún en la familia!