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¡Si dejase un ramo de olivo
sobre esa mesa,
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usted vería apenas
un ramo de ortigas!
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¡En esta mesa no hay lugar
para provocaciones!
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¡Deja de lado tu orgullo!
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¡Domina la víbora bajo tu lengua!
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¡No des oídos a murmullos
del demonio!
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¡Sé humilde, André,
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respóndeme como debe
hacerlo un hijo!
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¡Sé claro como debe serlo un hombre!
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-Si estoy confuso...
-¡Acaba de una vez con esa confusión!
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-Si evito ser más claro...
-¡Cállate! ¡Cállate!
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¡No viene de esa fuente
nuestra agua,
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ni de esas tinieblas nuestra luz!
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¡No será tu palabra arrogante
la que derrumbe...
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lo que llevó miles
de años construir!
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Nadie en nuestra casa ha de hablar
cambiando el lugar de las palabras,
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embarullando ideas,
haciendo las cosas polvo.
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Pues quienes abren demasiado
los ojos acaban ciegos.
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¡Nadie en nuestra casa ha de
padecer de un exceso de luz...
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capaz de cegarnos,
como la oscuridad!
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¡Nadie en nuestra casa
dará nuevo curso...
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a lo que no puede desviar!
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¡Nadie ha de confundir
lo que no puede confundirse:
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el árbol que fructifica
con el que no da frutos,
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la semilla que se multiplica
con el grano que no germina,
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nuestra sencillez de todos los días
con el pensamiento que no produce!
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¡Por eso muérdete la lengua!
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¡Ninguna sabiduría disolvente
contaminará los modos de la familia!
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No fue el amor como creía,
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fueron el orgullo,
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el desprecio...
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y el egoísmo...
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los que te trajeron
de vuelta a casa.
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¡Ya, Yohana!