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Me apetece un té,
casi hirviendo.
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Mejor que té...
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¡champán!
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No, está muy frío.
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¡Pero es un frío que calienta!
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- Té.
- ¿Té? Bueno, vale.
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Té.
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Cogerán a Darrieux.
Parece que íbamos muy igualadas.
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Si lo hubiera sabido,
no habría ido.
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Es de Darrieux.
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Se lo lleva todo.
Siempre es perfecta.
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Yo voy dando palos de ciego,
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sin facilidades...
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Estoy harta.
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Estoy harta.
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¡Qué tonta!
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Pero, ¿qué me estás diciendo?
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¿Escribiría yo para una tonta?
Toma.
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Tu amante enamorado,
François Perrier,
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recita vuestras hazañas amorosas
de su última carta.
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Tu marido pudo haberla interceptado.
Le interrumpes:
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"¿Me escribiste eso?"
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"Sí, amor mío".
Y tú le dices:
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"Qué manía de contarme lo que
hacemos juntos. ¡Lo sé de sobra!"
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- Está bien.
- ¿ Verdad?
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- Soy yo misma.
- Sí. ¿A que te gusta?
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- Me encanta.
- ¿Me quieres?
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- Te adoro.
- Yo también.
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Tenga. Vaya hasta su puerta,
llame y márchese.
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¡Que no! ¡Será posible!
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- Es el champán.
- No, no. Quédate aquí.
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Anda, ve.
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¡Y ten cuidado! Y el té.
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Pide el té.
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¿No tendrá té?
Sí, té.
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¿No tiene?
No pasa nada. Gracias.
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No tiene. Ni té ni café,
ni azúcar de verdad.