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Cómo extraño Escocia...
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y el mar... El mar.
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No hay nada como eso
en toda la Tierra:
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La sal en el rostro,
el viento en la espalda...
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y el mundo ante uno.
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Y se es más libre que un ave
en el aire y que un pez en el océano.
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Para ser libre.
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Para eso me uní a la Segunda Guerra
que daría fin a todas las guerras.
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Estudiaba para ser maestro cuando
ocurrió el llamado a las armas.
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Con entusiasmo, dejé de lado mis
estudios por la gloria de la acción.
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Dejé de leer la Historia...
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y fui parte de ella.
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Fui parte de los soldados montañeses
de Argyll y de SutherIand...
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y me convertí
en el capitán Ernest Gordon.
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Mi oficial al mando era
el teniente coronel Stuart McLean...
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el mejor comandante
que tuvo el batallón 93:
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Un hombre con una lealtad profunda
a su país...
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a su deber y a sus hombres.
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Una lealtad que pronto sería
igualada por su segundo al mando:
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El mayor Ian Campbell...
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un hombre fervientemente devoto
tanto al coronel como a la causa.
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Y nuestras lealtades serían
puestas a prueba al final.
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Los de Argyll tenían el legado
de ser la última línea de defensa...
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y nosotros probaríamos
ese legado una vez más...
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ante la derrota...
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y la captura por parte del enemigo.