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Davilson, mi hijo querido...
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tu mamá llora cuando se acuerda
de ti, de chiquito...
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riendo, en el fondo de mis ojos.
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Sé que nunca creíste en mi Dios...
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pero hoy, al coger la Biblia,
parecía que te tenía aquí...
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de nuevo, en mis brazos.
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Mi corazón vibró cuando
abrí en el Salmo 91.
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Mira qué bonitas palabras:
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"Mil caerán a tu lado,
y diez mil a tu derecha...
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pero el mal no te alcanzará...
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ni llegará a tu tienda".
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Al final de los años 80...
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un trabajo de prevención
del SIDA entre los presos...
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me llevó a la Casa de Detención
de São Paulo. El Carandiru.
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Ahí adentro, escuché historias,
hice amistades, aprendí medicina...
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en la convivencia penetré en algunos
misterios de la vida en la cárcel...