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Tal vez Bill tenía razón.
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No llovía regalos exactamente en este pueblo.
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No tenía dudas.
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Eran disparos.
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El martinete en el pantano..
no sonaba a eso para nada.
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Los disparos habían venido desde abajo en el valle,
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o tal vez de Canyon Road, en algún lugar en dirección a Georgetown.
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Esperó un tiempo para escuchar más.
Pero no se repitieron.
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Un poco decepcionado, Tom se sentó en el banco, a pensar,
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a quedarse con la sensación de peligro, por un momento.
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No pasó mucho hasta que sus pensamientos estaban nuevamente entre sus temas favoritos,
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y en el medio de la tormenta, se convertían en novelas y artículos, y grandes tertulias
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que escucharían en silencio a Tom, luego de la publicación de otro volumen más, que flagelaba y purgaba el alma humana.
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Y él vio a los hombres, y entre ellos aún a otros escritores,
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abrazarse los unos a los otros como si, a través de sus palabras, la vida se abriera, nueva, a ellos.
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No había sido fácil.
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Pero debido a su trabajo y aplicación a la narrativa y al drama, su mensaje había llegado,
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y habiéndosele preguntado sobre su técnica, él diría sólo una palabra: