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Una hora antes de eso,
habías estado en la cama conmigo.
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¡Lucías esa sonrisa porque te la había
puesto yo, maldito hipócrita!
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Quiero que te vayas ya.
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Nada en la piscina, lo que sea,
pero vete de aquí.
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En cuanto me digas
quién va a venir.
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Ya te he dicho
que eso no te incumbe.
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En una escala del 1 al 10,
¿cómo lo puntuarías en la cama?
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¿Qué te hecho yo a ti, Shirley? No sé
lo que te he hecho, pero perdona.
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Lo que hacen
los casados de pelo en pecho.
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En las comidas, me sermoneabas sobre
los deberes del padre y el esposo.
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Se ha convertido ahora en un clásico
que lo publican todos los años.
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No recuerdo eso.
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Fue en el primer restaurante de moda
al que me llevaste en Nueva York.
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Enfrente de toda la gente
que importaba.
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- Lloraste.
- Y levanté la voz también.
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Me partió el corazón
verte llorar.
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Elegiste este sitio porque creías
que no montaría un escándalo...
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...enfrente de todas esas ricachonas,
camareros refinados y maricas a la moda.
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No, no.
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¿Pensabas que te podías
deshacer de mí...
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...en menos que canta
un gallo?
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Yo te quería.
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No sabía qué hacer.
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Así que volviste con tu mujer,
a la que no amabas. Era de suponer.
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La casa estaba a su nombre,
como todo...
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...y encima era la que
se ocupaba de todo.
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¿Por qué renunciar a eso? Pues yo
también tenía algunas comodidades.
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Cuando volvías en aquel
tren a Connecticut...
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...¿te acuerdas de aquel
botones tan simpático?
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- Todo un macho, y sin complejos.
- Mientes.
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Me llamaste desde la estación.