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desplegando el brillo
de su belleza,
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vestida de pies a cabeza
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a la última moda.
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¿Eres tú o no?
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¿En mi presencia,
tomáis la mano de otro?
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¿Así recuerdas tu promesa?
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¡Oh, qué crédulo soy!
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¿Para qué llevo
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este lazo?
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¡Pobre del rival
que así me humilla!
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¡No dejaré que se case contigo!
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Todavía no me he casado
con el Notario.
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Pero si os molesta,
respondedme,
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ahora mismo y en dos palabras:
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¿Me amáis?
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¿No habéis cambiado?
¿Estáis dispuesto
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a casaros conmigo ahora?
Si es así, dejaré al Notario.
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¡Oh, mujer para mi incomprensible!
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Antes en vos había poesía,
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ahora me parecéis
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incluso prosaica.
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Será eso por lo que
la tierra persigue al sol,
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aunque es amada también
por la luna.
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Y a pesar de que
estas estrellas se miran,
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por más que se acercan,
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¡nunca consiguen tocarse!
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¡No sigáis!
No soy un planeta.
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Soy una mujer, Conde.
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Dejad de contarme esas tonterías.
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Os aviso,
si decís alguna palabra
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para romper mi boda,
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os juro que con estas uñas
os sacaré los ojos.
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¡No romperé vuestra felicidad!
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Tadeusz y Sofía no se sentaban
a la mesa.
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Estaban sirviendo
a los invitados.
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La costumbre era que los nuevos
herederos,
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en la primera comida,
servían a los invitados.
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¡Sofía! Tengo que consultarte
algo importante.
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Ya hablé con mi tío
y él no se opone.
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Sabes que muchas tierras
que voy a heredar por ley