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Mira estos colmillos.
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No te le acerques mucho.
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¿Por qué hablo con dos alces tontos?
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-No, somos ardillas, ¿eh?
-Lobo de EE.UU.
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Yo solo lo voy a encontrar.
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-Yo no iría hacia allá.
-¿Por qué no, eh?
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Bueno, había una razón.
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-Tú lo mencionaste.
-Estoy tratando...
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-¿Ya se te ocurrió?
-No. Y me está volviendo loco.
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¿No hay peligro?
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-¿Qué?
-¿Hay cazadores por aquí?
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-Ah, no.
-¡Qué bien!
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¿Cómo estás?
Creo que no viste la trampa.
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Yo la vi de muy lejos.
Debe de haberte dado mucha vergüenza.
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No te preocupes.
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No le voy a decir a nadie.
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-¿Qué?
-Necesitas bajarte. Déjame ayudarte.
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Espera.
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-No te muevas.
-¡Ya basta!
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Nada más...
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-¡Ya basta!
-No sirve de nada.
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La única manera de bajarte es
si cortas tu propia pata a mordidas.
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No necesito la ayuda de
un oso estúpido, sólo el palo.
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-Bueno, toma.
-No, yo lo recogeré.
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Déjalo ahí.
No, donde lo encontraste.
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A la izquierda, junto a la roquita.
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-¿Aquí?
-Sí.
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Bien.
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Oye, ese árbol es fuerte, ¿no?
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Cuando yo era chico, me
encantaba treparme a árboles.
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Me trepaba a pinos, robles, cedros,
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maples, abedules, sauces llorones. . .
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Se me hinchó la lengua.
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Y, a partir de ese momento, tuve
más cuidado con las cosas que lamía.